‘Es toda una experiencia vivir con miedo’

Muchas personas de mi generación y condición, probablemente se acuerden de la frase: «Es toda una experiencia vivir con miedo». Efectivamente, para mi lo es. El miedo es probablemente la emoción más fuerte y con más capacidad de anular al resto. Sí, el miedo bloquea, distancia, frena, inhibe, cansa, vacía y podría seguir subrayando —casi indefinidamente— muchos de los efectos devastadores que sufre un aparato psicofísico cuando se instala un miedo crónico. Porque el miedo, en sí mismo, no es negativo, es simplemente una señal, pero cuando se cronifica, entonces se convierte en una verdadera patología. Y como tal debe ser abordado. Sin embargo, el miedo no es solamente una emoción que depende de ciertos estímulos; también es un comportamiento y puede observarse en un montón de lugares, incluyendo las acciones y reacciones que suceden en nuestro cerebro.

El miedo a vivir, siempre más presente y arraigado en esta sociedad que se derrumba, conlleva a un gran número de personas a decir padecer cierto miedo a la vida y a vivir en general. Miedos como enfrentar una nueva relación, a perder el trabajo, a estar/sentirse sola, a experimentar dificultades que surgen en cada una de nosotras en definitiva. Miedo [muy relacionado] principalmente en personas incapaces de desligarse a experiencias pasadas y teniendo estas como ejemplo para vivir las futuras. Así, mantenemos vivo el pasado, sin tener, obviamente, la posibilidad de nuevas experiencias constructivas y desterrando el presente. —Nuestro gran problema con el miedo, son nuestros miedos disfuncionales, es decir, lo que ocurre a consecuencia de sentir ese miedo es aún peor de lo que ocurriría si no lo sintiéramos.

De ahí, surgirán preguntas existenciales [necesarias, bálsamos], que se convierten en verdaderos tormentos: “¿Quién soy yo?»; «¿Adónde voy?»; «¿Qué estoy haciendo?». Ya no hay claridad en las intenciones, las ideas no llegan, la alegría de vivir, ser, estar es un recuerdo lejano, uno se siente solo, condenadamente sola, con un nudo perenne en la garganta, una sensación de vacío y tal confusión de ideas que hace difícil distinguir la imaginación de la realidad.

Este miedo a vivir es un malestar generalizado, teniendo una máxima difusión a través de la aceleración tecnológica. En efecto, cuando no es posible dar un sentido constructivo a una experiencia pasada que fue traumática, de alguna manera se pierden las ganas de vivir y se intenta, para evitar sufrir en el futuro, congelar todas las sensaciones y emociones vinculadas al acontecimiento vivido y jamás superado. Creamos una especie de nueva identidad, una nueva forma de aparecer, convencidas de poder escapar de ese malestar iniciamos la búsqueda de vivir en otros lugares, preferentemente virtuales.

Las redes sociales están llenas de gente que necesitaría comunicarse, manifestar su malestar, —ejecutando esto nada bien—, porque entre un post y una chorrada publicada, no hay nadie que sea capaz de entenderles, de «captar» su malestar. A lo sumo, corren el riesgo de que se rían de ellas, que no les comprendan, que les ataquen. Definido/a como «llorón/a». El tipo de reacciones comunes de quienes, además, «minimizan» suelen ir acompañadas de violencia y agresividad.

Estamos en una terrible y temible era de transición, se necesita muy poco para “perderse” en esta jungla que representa la sociedad moderna. Pero algo puede ayudar, como por ejemplo en los miedos descritos anteriormente, podemos dejar de comparar cada evento con la experiencia vivida en el pasado, de lo contrario una corre el riesgo de morir en vida, como ya nos decían, conviene recordarlo. Y no es un juego de palabras. De hecho, al congelar las emociones en lugar de afrontarlas y evitar las experiencias por miedo a revivir el duelo, el abandono, la ira o cualquier otra emoción que aún nos mantiene atados/as a hechos pasados, avanzaremos viviendo con el miedo de vivir y un sentido perenne de vacío.

Transformar el miedo en una nueva posibilidad; el miedo debe tener la finalidad (y por tanto la utilidad) de sacar nuevas armas y estrategias para poder superar esta sensación de desorientación. El miedo es una emoción que cumple un papel fundamental: la supervivencia. Como de pequeños/as, el miedo es sumamente válido […] Haz sitio nuevamente al tu niño/a que llevas dentro; nunca se ha ido.
Si el miedo feo tuviese conciencia, seguro que estaría partiéndose de la risa pensando «son más tontos/as de lo que parecen». Y probablemente sea verdad: el miedo y el miedo al propio miedo, parece que han controlado nuestra conducta por encima de la razón y la reflexión. —Ya me voy, no sin antes, decirte que eso de «no tengas miedo»… para nada. Mucho mejor: «vivamos a lo grande a pesar de nuestros miedos«.

Loli Lopesino

Imágenes: Web

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