
Ahora sé que marcharse lejos no sirve/
Que caer no es suficiente/
Que es vencer y perder al maldito juego de alzarse/
Aprendiendo a descartar lo preestablecido y — la justa medida de la palabra, también supe que mi lengua sesgó (en más de una ocasión) un ardiente beso. De día, transcurrí por instantes inolvidables pasando del paladar a la laringe y viceversa; de noche y ante el irresistible y sustancial murmullo… evitarme sucumbir no supe.
Aparezco como un punto negro sobre el pecho expuesto, entre el encarnecido y gélido latido que me porta a la vicisitud violenta de un ser sin destino. Me anulé… comprendí cuanto pobre y ruin puede llegar a ser el asfalto en ausencia de brillo.
Casi todos los deslices de esta vida espié… y hasta llegar aquí, la mayor parte lo hice en brazos equivocados; cobardes, apáticos, bacanes. Desollando una puritana esencia en la cima del querer, mi piel quedó des/fragmentada en pedazos con sabor a jugo amargo, y que… ahora arde; anhelante y ansiosa de destreza, símil a la savia vital que recorre y destila mi cuerpo.
Tan solo deseé que un otoño me llevase con él hasta el mar lejano. Que por un sólo verano el sol de mí se acordara; que un entero invierno chispeara en mi cama y que la primavera de libertad, enmarcase mi hábitat. Sólo quería que el tiempo… viviera en mí dentro.
— Loli Lopesino
Pintura: «Konstantín Rázumov»(Moscú 1974)